Las NEIPA (New England India Pale Ale) nacieron como una revolución dentro del mundo de la cerveza artesanal. A diferencia de las IPA tradicionales, amargas y secas, las NEIPA ofrecían un perfil afrutado, turbio y sedoso, gracias al uso de levaduras específicas, una alta cantidad de avena o trigo, y una técnica de lupulado en frío que realzaba los aromas tropicales sin aportar tanto amargor. Esta nueva tendencia, originada en la costa este de Estados Unidos, conquistó rápidamente a los amantes de la cerveza por su carácter fresco, jugoso y visualmente atractivo.
Sin embargo, como ocurre con muchas modas dentro del sector craft, la evolución de las NEIPA ha tomado un rumbo distinto. Lo que comenzó como una cerveza equilibrada entre cuerpo, aroma y textura se ha convertido en una búsqueda constante de la intensidad y la dulzura. Hoy en día, muchas versiones incorporan lactosa o maltodextrina, ingredientes que aportan un cuerpo más denso y un dulzor residual que enmascara el carácter original de los lúpulos.
El resultado son cervezas con un perfil excesivamente tropical y empalagoso, donde predominan las notas de mango, piña o maracuyá artificial, mientras el amargor y la frescura inicial desaparecen. Lo que antes era una cerveza compleja y seductora, ahora tiende a la uniformidad. Muchas NEIPA modernas saben igual: dulces, turbias y de textura cremosa, pero sin alma ni distinción.
Esta homogeneización ha hecho que algunos consumidores y cerveceros busquen volver a los orígenes. Las “Old School NEIPA”, menos dulces y más equilibradas, están ganando adeptos que desean recuperar esa sensación jugosa pero fresca, donde el protagonismo lo tienen los lúpulos y no los azúcares añadidos.
La evolución de la NEIPA refleja el ciclo natural de las tendencias cerveceras: innovación, explosión, saturación y, finalmente, retorno a la autenticidad. Tal vez haya llegado el momento de mirar atrás y recordar por qué nos enamoramos de esta cerveza en primer lugar.
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